miércoles, 18 de noviembre de 2009

El Derecho y el Revés o la Teoría del Desmadre Jurídico Economico


Venir a los Estados Unidos de América y completar mi maestría en derecho me ha servido para quitarme la venda de los ojos a fin de comprender mejor la realidad jurídica Latinoamericana, desde la teoría constitucional de los Estados Unidos, pero luego, al seguir los estudios del MBA y poder entender la dinamica economica corporativa de este país, ahora me es posible analizar la realidad jurídica y corporativa en USA y comprender el derrotero que han seguido las instituciones del gobierno en los Estados Unidos, como “sacándole la vuelta” a la teoría constitucional de los padres fundadores (Washington, Adams, Jefferson, Franklin), por lo que concluyo que lo que hoy existe en los Estados Unidos es una democracia corporativa más que una democracia de ciudadanos. Los ciudadanos tienen voto, pero no voz, quienes tienen voz, lobby, publicidad y poder para influir sobre los votos son al final las grandes corporaciones y conglomerados económicos que han echado sus raices en estas tierras.

Si bien los fundamentos históricos de la teoría constitucional de este país son realmente inspiradores para todos los pueblos del mundo (me refiero al derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad y todo lo demás), y que el mundo a mi parecer, sería un mundo peor sin la influencia de los Estados Unidos (se imaginan a Hitler y su secuaces metiendo al resto del mundo no ario en las cámaras de gases, o a los comunistas controlando hasta nuestros suspiros y otros vientos), lo cierto es que más que una democracia de ciudadanos, lo que hoy tenemos en USA es una democracia de corporaciones, puesto que al final los políticos y sus campañas electorales son financiadas por grandes corporaciones que condicionan sus favores al cumplimiento de ciertas “metas,” más apegadas a los intereses de los financistas que a los del pueblo.

Por otra parte, el pueblo es en gran parte influenciado por dos grandes fuerzas, la primera es el miedo, con el cual se han justificado las más alucinantes políticas internacionales, y la segunda es el egoísmo, con el cual cada quien está más interesado en sus asuntos que en los asuntos públicos, dejando carta libre a la clase política para hacer y decir lo que quiera, mientras el pueblo esté satisfecho. Así, mientras la gente esté tranquila, pues la clase política y sus financistas tienen carta libre para hacer las cosas a su manera. Pero esto es harina de otro costal, y ahora quiero hablar de Latinoamérica.

Así que volvamos a Latinoamérica. Como decía, estudiando en los Estados Unidos de América descubrí que la diferencia entre sus instituciones constitucionales con las de Latinoamérica va mucho más allá de la letra de la ley o la forma en la que se hacen las normas. Un ejemplo de ello es que a diferencia del sistema jurídico de los Estados Unidos en el que el estado presume la buena fe del ciudadano pero sanciona duramente el delito, se podría decir que en el sistema jurídico Latinoamericano en general, el estado presume la mala fe del ciudadano pero sanciona levemente el delito . Es un estándar distinto que me ayuda a entender mucho mejor las radicales diferencias en grado de libertad, desarrollo y felicidad de los pueblos.

Aunque hay síntomas de cambio en muchas instituciones Latinoamericanas, la lógica legal que subsiste en gran parte de nuestro pueblo parte de una premisa fundamental que tiene su origen en la tradición histórica que caracteriza al derecho “Romano Germánico”, “Latino” o también conocido como el “Civil Law ” que se impuso en Latinoamérica desde la conquista española trayendo una carga cultural y tradiciones enraizadas en el derecho canónico y en la contra reforma Católica como reacción ante la revolución de las ideas y la pérdida de legitimidad y poder de la Iglesia , o desde los Imperios coloniales que tienen temor de perder sus dominios ante propios y extraños y que crean leyes restrictivas y controlistas sobre la población, y que a pesar de la independencia, de las revoluciones, de los cambios normativos de nuestros tiempos y los intentos por modernizar el estado, dicha lógica perdura en gran parte de la práctica legal y en el subconsciente colectivo de no pocas instituciones y operadores del derecho en Latino América, desde abogados, jueces, políticos y funcionarios públicos hasta en la población misma. Esta lógica se manifiesta en la creencia a veces inconsciente de que el estado existe para controlar al ciudadano y mantener el poder en manos de algunos dentro de un sistema inquisitivo y excluyente que tiene miedo que otros se apoderen del estado y del control de los escasos recursos propios de las economías mercantilistas, bajo esta lógica el estado no existe para apoyar al ciudadano en el logro de sus legítimas aspiraciones, como el derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad , sino para restringir y controlar el acceso a tales derechos, privilegiando a algunos sobre otros.

Problemas

Generalizando el problema, se podría decir que el sistema legal en la región está basado predominantemente en la presunción de la mala fe del estado en contra del ciudadano, el estado desconfía del ciudadano, como antes los imperios coloniales desconfiaban de los criollos, mestizos e indios, o la Iglesia Católica de la libertad de pensamiento, o el gobernante de turno de los otros aspirantes al poder, y esta visión genera que el estado se haya construido para desconfiar y trate de controlar al ciudadano que no está en el poder creando leyes que exigen el cumplimiento de un sinnúmero de requisitos para que el estado autorice al ciudadano a ejecutar acciones tan básicas como construir una casa, explotar sus tierras, realizar una invención o constituir una empresa. Para controlar el cumplimiento de la ley es necesaria una burocracia extendida que se de abasto para ejercer el control encomendado por el estado, pero como el estado no tiene recursos suficientes para pagar los servicios de la burocracia, la misma busca otras formas de compensación a través del ciudadano, el cual, ante la maraña de requisitos legales, las exigencias burocráticas, los impuestos excesivos y las necesidades que lo llevaron a buscar atención del estado para obtener alguna autorización o licencia, tiene al menos cuatro alternativas:

1. O cumplir la ley y reunir todos los requisitos para satisfacer a los órganos de control y lograr alguna autorización, lo cual puede resultar sumamente oneroso y a veces imposible de cumplir, porque muchas veces la ley no es clara o los burócratas no se ponen de acuerdo sobre la forma de cumplir los requisitos y en última instancia, el ciudadano queda al criterio y humor del burócrata, quien arbitrariamente puede aplicar criterios distintos de acuerdo a la simpatía personal con el solicitante y la naturaleza del pedido. Se puede apelar en la vía administrativa a instancias superiores hasta llegar al poder judicial, pero el costo en tiempo, recursos y oportunidades perdidas es alto.

2. Ofrecer alguna compensación directa al burócrata para que se autorice el pedido del ciudadano lo cual genera corrupción, que aunque ilegal, suele ser una forma menos costosa para obtener una licencia y que de alguna forma está legitimada por el sistema y las circunstancias .

3. Conseguir algún favor político o un contacto en alguna instancia superior del poder burocrático que ordene al burócrata de turno a autorizar el pedido del ciudadano, lo cual resultaba aún menos costoso que lo anterior. Sin embargo se crea una relación de clientelaje político cuya factura habrá que pagarse en algún momento.

4. O que el ciudadano se olvide del estado y proceda a actuar sin autorización ni licencia alguna. Lo cual genera informalidad, la que a su vez coloca al ciudadano en una situación precaria ante el estado, sin derecho ni capacidad legal de defensa dentro de los mecanismos judiciales o legales tradicionales, o con un derecho de segunda clase que no tiene acceso al crédito regular ni a los sistemas de protección regular que el estado está obligado a proporcionar a través de sus organismos y que se plasman en vías públicas, acceso a servicios públicos, educación etc. y en el que al menos el 70% de la población latinoamericana está subsumida.

No nos extrañe entonces otras alternativas fatalistas o “revolucionarias” que reaccionan contra el sistema pero que al final no han cambiado nada del asunto puesto que la lógica anquilosada durante centenares de años perdura también en los llamados “revolucionarios”, esto es, controlar el poder a través de las fuentes de riqueza, el poder político y una población adicta a las prebendas del aparato estatal y a su burocracia, con lo que a fin de asegurar el poder excluyen a los demás creando insatisfacción de los otros que luego se convierten en grupos “revolucionarios pero de otra tendencia” hasta que la reacción social acumulada ante la injusticia estalla y nos lleven al otro extremo del péndulo en un eterno retorno y en un diálogo de sordos que no quieren escuchar al otro sino reprimirlo y controlarlo como si tal fuera la única alternativa, de allí que la presunción de mala fe en contra del ciudadano Latinoamericano se alimenta de la lógica del propio sistema, otro dicho muy difundido en Latinoamérica que hace patente la desconfianza dice “piensa mal y acertarás”.

Dilemas

El costo de este sistema controlista es la informalidad a la que ha sido forzada gran parte de la población. La informalidad no es el resultado de un simple deseo de incumplir la ley o una vocación de desobediencia de gran parte del pueblo Latinoamericano, sino el recurso menos oneroso para conseguir muchos objetivos legítimos que son negados por el estado y su lógica excluyente, y esto genera toda una confusión en el sistema de valores en el que lo bueno resulta malo y lo malo resulta bueno, tanto así que no se sabe si resulta correcto violar la ley para conseguir trabajo para proveer de alimento a la familia o si lo correcto es no violar la ley y morir de hambre con la familia, o quizás llegar a extremos más trágicos . La gran mayoría de personas en Latinoamérica tienen que enfrentar este dilema en forma cotidiana de tal forma que violar la ley a través es la informalidad deja de ser un dilema y se vuelve una forma de subsistencia “legitimada” por las circunstancias y que tarde o temprano el estado acaba reconociendo y legalizando porque la realidad sobrepasa a la ley.

Hasta este punto una de las reflexiones que nos queda es que para la gran mayoría de ciudadanos Latinoamericanos, la ley no es una ayuda para el orden y la convivencia social encaminada a construir una sociedad justa que permita al hombre trabajar para lograr sus objetivos legítimos como son: educarse, obtener una vivienda, alimentar y proveer de los servicios básicos a su familia y soñar con un futuro mejor, sino que resulta una barrera al logro de sus objetivos. Por esto en Latinoamérica no es frecuente la devoción a la Ley que muchos ciudadanos organizaciones jurídicas le profesan en los Estados Unidos.

Para gran parte de la población Latinoamericana en general, el respeto a la ley en muchos casos no se convierte en una convicción propia del ciudadano sino en una imposición de otros que controlan el sistema legal y que se deslegitima en la práctica a través de la irracionalidad en su contenido o la forma de su aplicación o en la corrupción de sus operadores, una herramienta del poder para mantenerse en el mismo, un símbolo de estatus social que diferencia a los que tienen acceso al aparato estatal de los que viven al margen de ella, creando ciudadanos de varias clases. Si no se tiene dinero ni contactos, ni perteneces al estereotipo racial “adecuado” entonces no tienes acceso al derecho y te vuelves extranjero en tu propia tierra como ocurre a una gran parte de la población indígena en Latinoamérica que permanece relegada desde la colonia y cuya presión social son la base de las propuestas políticas que predominan actualmente en Bolivia y Ecuador.

Me sorprende gratamente y me admiro de cómo los Estados Unidos de América ha ideado un sistema en el que el estado confía en el ciudadano y lo apoya en su desarrollo, donde el trabajo, la inteligencia y la honestidad es la base de la prosperidad, y donde el ciudadano apoye la ley como garantía para su desarrollo y el estado sancione severamente a quien la quebrante, y como la ley presiona para evitar la discriminación hasta llegar al enfrentamiento e incluso a la guerra civil que costo la vida a aproximadamente un millón de Americanos.

No me parece casual que en los billetes de dólar aparezca la frase “en Dios confiamos” ni que los padres fundadores hayan tenido tanto cuidado en honrar a Dios y apelar a sus enseñanzas para fundamentar las reglas que rigen a esta Nación y al mismo tiempo respetar las diferencias como motor para la innovación y la creatividad que caracteriza a su pueblo, reglas sin las cuales el proyecto político más interesante y exitoso de la historia podría fracasar. Al pueblo Americano le toca mantener esta tradición y compartirla con el mundo para beneficio de la humanidad, y que por encima de su prosperidad y a veces desenfreno, y del adelanto tecnológico y logros alcanzados, los Estados Unidos de América sea conocida por la sabiduría de sus fundadores y el celo de su pueblo por conservar, hacer prosperar y compartir su legado con los pueblos del mundo.

Alternativas

Luego de tantas revoluciones y revueltas parece que Latinoamérica siguiera estancada en la historia en muchos aspectos, los actores cambian pero el escenario es el mismo, creo que se han dado avances positivos en alguno países pero éstos cambios han sido más el fruto de la presión social de los marginados que de una vocación política por servir al pueblo, también se han creado mecanismos prácticos de control dentro del propio estado y por parte de las instituciones civiles que vigilan a los gobernantes de turno dentro de un estado de derecho y realmente considero que mucho de estos avances se derivan de la presión que el gobierno Americano ha ejercido para lograr estos objetivos.

Pero hay que ir más al fondo del asunto por lo que en Latinoamérica debemos ser conscientes de nuestros demonios y cambiar la lógica que heredamos para así dejar atrás el miedo de las élites de perder lo poco que se tienen en riqueza y poder. Hay que creer en que se puede confiar más en la población para crear prosperidad mediante el trabajo, la inteligencia y la honestidad de la gente en vez de restringir o pelarse por las pocas fuentes de riqueza natural y posiciones de poder que existen, el estado debe confiar más en el ciudadano simplificando el acceso a los derechos que se demandan, especialmente la educación, para permitir la explosión de creatividad, la generación de riqueza y de un liderazgo que no radique en el centralismo de nuestras instituciones tradicionales sino que se difumine en los diversos niveles públicos y privados de la sociedad. Todo esto requerirá de un trabajo arduo de autoconciencia y reconocimiento, algo casi terapéutico para identificar nuestros males y extirparlas sin rencor, pero que es importante para cambiar la historia en Latino América por el bien nuestro y de nuestras futuras generaciones.